Por Juan Alejandro Baptista.

A pocos metros del hotel donde se realizaba la conferencia antilavado estaba la sede de un banco al que me dirigí para sacar dinero de un cajero automático. Detrás de la puerta de vidrio estaba un vigilante, quien con escopeta en mano y muy circunspecto abría la puerta a los clientes. A pesar de la tranquilidad y seguridad que caracteriza a Montevideo, allí estaba el mensaje explícito y muy claro que le enviaba el banco a los delincuentes: “si quieren robar, estamos preparados”.

El personal de seguridad de los bancos es una pieza clave de la institución, porque resguarda los bienes, protege a las personas y transmite seguridad a los clientes. Entonces, ¿por qué no hacer lo mismo con las estructuras antilavado? Los oficiales de cumplimiento y sus “costosas” estructuras también están protegiendo los bienes de la institución, están salvaguardando los activos contra delincuentes y creando un escudo contra las acciones sancionatorias de las autoridades, que muchas veces pueden costar más que un simple robo a mano armada.

De la misma forma que el vigilante con la escopeta emite un mensaje de advertencia para los ladrones, el departamento de cumplimiento (y el de antifraude) pudieran emitir un mensaje similar: “si quieres cometer un crimen financiero a través de nuestra institución, nosotros estamos preparados”. Si funciona con los ladrones, ¿por qué no funcionaría con los lavadores y otros criminales de cuello blanco?

Obviamente no hablo de parar al oficial de cumplimiento con una escopeta en la puerta de los bancos, pero se puede desarrollar una estrategia comunicacional –coordinada con el personal de comunicaciones y relaciones públicas- que logre el mismo resultado intimidatorio a través de mensajes dirigidos a los clientes, proveedores y empleados de la institución.