Durante las últimas semanas hemos estado expuestos a dos situaciones muy particulares a nivel global: la renuncia de un Papa y la muerte de un presidente. Me refiero a la atípica renuncia de Benedicto XVI y el fallecimiento del presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Ambos casos, distantes y muy diferentes, comparten un aspecto en común: antecedentes conflictivos en materia de lavado de dinero.

 Uno de los principales problemas enfrentados por ambos líderes fueron las irregularidades asociadas al lavado de dinero. El Banco del Vaticano ha estado bajo la presión regulatoria de las autoridades italianas por presuntas irregularidades en la transferencia de fondos y por escuetos procesos de cumplimiento antilavado. Por su parte, la Venezuela del “chavismo” se convirtió en uno de los países latinoamericanos de mayor riesgo de legitimación de capitales, de financiamiento del terrorismo y de violación de sanciones, debido a la campante corrupción de los funcionarios públicos y del estamento militar, así como por su condición de país puente del narcotráfico dirigido por el poderoso “Cartel de los Soles”.

 El nuevo Papa Francisco, el argentino Jorge Mario Bergoglio, y el nuevo presidente de Venezuela, Nicolás Maduro –quien tiene amplias posibilidades de ser reelecto en las próximas elecciones de abril- deberán dar prioridad a la lucha contra el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo. De no hacerlo, ambos Estados sufrirán serias consecuencias financieras, comerciales y reputacionales… pero será principalmente su sector financiero el que más sufrirá si los nuevos líderes mantienen una “ceguera voluntaria” sobre lo que sucede en sus Estados. ¡Buena suerte a ambos!