El “boom” experimentado por las criptomonedas a nivel mundial tiene inquieto a muchos… y no es para menos. Esa preocupación o “cripto-nerviosismo” ha dado paso a lo que yo llamo el “cripto-derisking”.
La sociedad en general ha visto con asombro el vertiginoso y agresivo crecimiento de las monedas virtuales. La banca es uno de los sectores más conmocionados ante el imprevisto volumen de transacciones asociadas a la compra/venta de monedas virtuales, pero este nerviosismo dentro del sistema financiero tradicional responde, desde mi punto de vista, a dos preocupaciones distintas: la normativa y la comercial.
Dentro del mundo bancario, los profesionales de cumplimiento se muestran inquietos ante las amenazas asociadas a las criptomonedas. No es para menos, cuando se sabe que este ecosistema virtual nació con un Bitcoin que rápidamente fue aprovechado (y abusado) por criminales cibernéticos de todo tipo. Nosotros mismos, por allá en febrero de 2010, publicamos nuestro primer reportaje advirtiendo sobre los riesgos asociados a la entonces joven moneda virtual (El elevado riesgo de las nuevas monedas digitales de Bitcoin – 16/02/2010).
La moneda fue, “sin duda, desarrollada con fines altruistas por gente consciente y las razones para querer el anonimato financiero que [Bitcoin] otorga son perfectamente legítimas, legales y filosóficas; pero la realidad es otra y puede ser un sueño para los chicos malos”, advirtió para aquel entonces el experto Steve Santorelli, director de la firma de seguridad Team Cymru. No se equivocó, el Bitcoin y las más de 1.500 monedas virtuales que hoy existen han sido aprovechadas por narcotraficantes, terroristas, falsificadores, defraudadores y toda una gama variopinta de criminales.
El elevado nivel de tecnicismo informático sobre el que descansan las “criptos” no solo presenta un desafío para su comprensión, sino que dificulta el establecimiento de normas y de procedimientos de control, lo que complica aún más la ya difícil carga que adelantan los profesionales de cumplimiento y gestión de riesgos.
Pero más allá de las amenazas que representan para el cumplimiento normativo, hay otro tipo de preocupación en la banca: la comercial. Por primera vez en la historia moderna de la humanidad, el dinero no está siendo producido, controlado y administrado mediante los canales tradicionales. Por primera vez, más de US$ 800.000 millones no están siendo manejados por los bancos, los grandes grupos de inversión y, mucho menos, por las estructuras regulatorias creadas en todos los países.
El mundo de las criptomonedas ha generado una disrupción en el conservador mundo económico, el cual ha sido el producto de cientos de años de complejas teorías, profundos análisis macro y microeconómicos, miles de ensayos y las neuronas de los más ilustres pensadores, quienes no proyectaron que en algún momento un algoritmo matemático y una base de datos descentralizada y entrelazada bajo el poco conocido concepto de “blockchain” (cadena de bloques), servirían para crear monedas virtuales representadas mediante códigos, completamente intangibles, sin respaldo de oro, plata, ni de gobiernos, pero con la “confianza” de millones de personas.
Para muchos es difícil asumir (y aceptar) que el nuevo orden económico no esté siendo moldeado por un Premio Nóbel de economía, por un Warren Buffett, un multimillonario CEO de Bank fo América o un “task force” del BIS, del Fondo Monetario, del G-20 o de cualquier ente multilateral.
Que un tal Satoshi Nakamoto (seudónimo usado por el/los creadores del Bitcoin), tan desconocido como modesto para no querer develar su verdadera identidad, haya sido el creador de lo que puede ser el dinero del futuro es algo desestabilizante para quienes suelen tener el control del dinero del mundo. Por ejemplo, Jamie Dimon, presidente de JPMorgan Chase, dijo recientemente que “si eres suficientemente estúpido para comprar [Bitcoins], algún día pagarás el precio”.
Uno de los muchos que difieren es el buillonario John McAfee, quien además de haber inventado el antivirus que lleva su nombre es uno de los principales promotores de Bitcoin. Otro es el inventor y capitalista Alex Mashinsky, quien en los años 90 inventó la tecnología conocida como VoIP (Voice ver Internet Protocol) y actualmente promueve el MoIP (Money Over internet Protocol) a través del emprendimiento de préstamos persona-a-persona llamado Celsius Fundation, en cuya página web se lee: “Por primera vez, Wall Street llegó tarde a la fiesta y todavía tiene la cabeza atascada en la arena. Y queremos mantenerlo pegado a la industria financiera tradicional que todavía no cree en la descentralización, las monedas virtuales o la promesa de la cadena de bloques de nivelar el campo de juego para las personas de todo el mundo”. Por cierto, ni McAfee ni Mashinsky parecen ser muy estúpidos, ¿cierto?
Por si fuera poco, el concepto de “minería” de criptomonedas es algo en lo que el ser humano por siglos ha soñado: una máquina capaz de producir dinero de la nada. La estructura descentralizada sobre la que opera el blockchain permite que cualquier persona pueda “minar”, es decir, que pueda generar monedas virtuales, aportando a la red el poder computacional de su hardware.
Si a esto le sumamos que el “trading” de criptomonedas se ha convertido en la opción “bursátil” para millenials (y otros no tan jóvenes), quienes por muchos años chocaron con las murallas conservadoras establecidas para mantener al mercado de valores reservado para unos pocos, tenemos un escenario económico completamente “descentralizado y democrático”, tal como lo afirman los más entusiastas de este nuevo mundo virtual.
Todo este convulsionado y poco comprendido (literalmente hablando) escenario, ha generado una nueva complicación para las relaciones bancarias internacionales: el cripto-derisking, del cual hablaré en la próxima entrega.